“Y aquí se cuenta la maravillosa historia
del Gatopato y la
princesa Monilda”
de María Elena Walsh.
Una vez, en el bosque de Gulubú,
apareció un Gatopato.
¿Cómo era?
Bueno, con pico de pato y cola de gato. Con un poco de plumas y otro poco de pelo. Y tenía cuatro patas, pero en las cuatro calzaba zapatones de pato.
¿Y cómo hablaba?
Lunes, miércoles y viernes decía miau.
Martes, jueves y sábados decía cuac.
¿Y los domingos?
Los domingos, el pobre Gatopato se quedaba turulato sin saber que decir.
Una mañana calurosa tuvo ganas de darse un baño y fue hasta la laguna de Gulubú.
Toda la patería lo recibió indignada.
-¿Qué es esto? -decían los patos- , ¿un pato con cola de gato?
Y como era lunes, el Gatopato contestó miau.
¡Imagínense!
¿Se imaginaron?
Los patos se reunieron en patota y le pidieron amablemente que se marchara, porque los gatos suelen dañar a los patitos.
Y el pobre Gatopato se fue muy callado, porque si protestaba le iba a salir otro miau.
Camino hasta un rincón del bosque donde los gatos estaban en asamblea de ronrón, al solcito.
Y como el Gatopato los saludó diciendo miau, lo dejaron estar un rato con ellos,
pero sin dejar de mirarlo fijamente y con desconfianza.
El pobre Gatopato se sintió muy incómodo entre gente tan distinguida.
Muchos días pasó el pobre completamente turulato y llorando a cada rato adentro de un zapato. Hasta que una tarde paso por el bosque la princesa Monilda, toda vestida de organdí, y lo vio, llorando sin consuelo, a la sombra de un maní.
-¡Qué precioso Gatopato! – dijo la princesa.
-¿De veras te parezco lindo, Princesa? – preguntó el Gatopato ilusionado.
-¡Precioso, ya te dije! – contestó la princesa.
-Sin embargo, aquí en el bosque nadie me quiere- se lamentó el Gatopato.
-Si quieres, yo te puedo querer – le dijo la princesa cariñosa.
-Sí, quiero que me quieras – dijo el Gatopato- , siempre que tú quieras que yo quiera que me quieras, Princesa.
-Yo sí que quiero que quieras que yo te quiera – respondió la Princesa.
-¡Qué suerte! – dijo Gatopato.
-Hacía años que quería tener un Gatopato en mi palacio, dijo la Princesa.
¿Cómo era?
Bueno, con pico de pato y cola de gato. Con un poco de plumas y otro poco de pelo. Y tenía cuatro patas, pero en las cuatro calzaba zapatones de pato.
¿Y cómo hablaba?
Lunes, miércoles y viernes decía miau.
Martes, jueves y sábados decía cuac.
¿Y los domingos?
Los domingos, el pobre Gatopato se quedaba turulato sin saber que decir.
Una mañana calurosa tuvo ganas de darse un baño y fue hasta la laguna de Gulubú.
Toda la patería lo recibió indignada.
-¿Qué es esto? -decían los patos- , ¿un pato con cola de gato?
Y como era lunes, el Gatopato contestó miau.
¡Imagínense!
¿Se imaginaron?
Los patos se reunieron en patota y le pidieron amablemente que se marchara, porque los gatos suelen dañar a los patitos.
Y el pobre Gatopato se fue muy callado, porque si protestaba le iba a salir otro miau.
Camino hasta un rincón del bosque donde los gatos estaban en asamblea de ronrón, al solcito.
Y como el Gatopato los saludó diciendo miau, lo dejaron estar un rato con ellos,
pero sin dejar de mirarlo fijamente y con desconfianza.
El pobre Gatopato se sintió muy incómodo entre gente tan distinguida.
Muchos días pasó el pobre completamente turulato y llorando a cada rato adentro de un zapato. Hasta que una tarde paso por el bosque la princesa Monilda, toda vestida de organdí, y lo vio, llorando sin consuelo, a la sombra de un maní.
-¡Qué precioso Gatopato! – dijo la princesa.
-¿De veras te parezco lindo, Princesa? – preguntó el Gatopato ilusionado.
-¡Precioso, ya te dije! – contestó la princesa.
-Sin embargo, aquí en el bosque nadie me quiere- se lamentó el Gatopato.
-Si quieres, yo te puedo querer – le dijo la princesa cariñosa.
-Sí, quiero que me quieras – dijo el Gatopato- , siempre que tú quieras que yo quiera que me quieras, Princesa.
-Yo sí que quiero que quieras que yo te quiera – respondió la Princesa.
-¡Qué suerte! – dijo Gatopato.
-Hacía años que quería tener un Gatopato en mi palacio, dijo la Princesa.
Y lo alzó delicadamente, le hizo
mimos y se lo llevó al palacio, donde el Gatopato jugó, trabajó, estudió y
finalmente se casó con una sabia Gatapata.
La princesa cuidó a toda la familia Gatipatil, dándoles todos los días una rica papilla de tapioca con crema Chantilly.
Y todos vivieron felices hasta la edad de 99 años y pico.
La princesa cuidó a toda la familia Gatipatil, dándoles todos los días una rica papilla de tapioca con crema Chantilly.
Y todos vivieron felices hasta la edad de 99 años y pico.
Y de este modo tan grato
se acaba el cuento del Gatopato.
se acaba el cuento del Gatopato.
María Elena Walsh
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